Apuntes sobre Inglaterra

Erasmus biologensis, subespecie englishiensis. Cuaderno de bitácora y anecdotario.

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viernes, noviembre 17, 2006

EDIMBURGO 10 al 12-XI-2006

Edimburgo es una ciudad muy bella. Aguarda entre grandes lomas y colinas para sorprender al viajante que incauto se aproxima. Un castillo vigila impasible el andar de los tiempos desde una prominencia terrestre por varios lados escabrosa. Adquiere así la sabiduría que sólo los más ancianos logran destilar. Un destilado que no duda en cobrar a diez libras y media si quiere uno beber de él. Los edificios que lo rodean poseen también una atractiva reminiscencia medieval. Rincones para emboscada te emboscan sin parar; callejuelas estrechas para amores íntimos así como para íntimos temores. Tascas con carteles de caras para los más tradicionales. Buenos güisquis para quitar las tonteces del gaznate y hacerlas subir donde la razón y el equilibrio habitan.


Existe también un lugar para el remanso entre la fortaleza y el mar. Uno de los Reales Jardines Botánicos de Reino Unido. Abundan las tiendas de recuerdos, si bien su naturaleza es diferente. Muchas de las cosas que podríanse comprar son útiles. A saber: güisquis, bufandas, chales, güisquis, faldas, güisquis, calzoncillos, jerséis, güisquis, calcetines, galletas y güisquis. ¡Ah!, y la espada de Mel Gibson. Todo ello de lana escocesa y a cuadros. Bueno, menos los güisquis, las galletas y la espada de Mel Gibson.


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La llegada fue tardía. Sobre las seis o la siete de la tarde. Alberto esperaba allí pues había ido en tren. A pesar de su advertencia no estaba preparado para lo que nos esperaba al desautobusar. Sí amigos, sí. El albergue “Caledonian Backpackers”. En una posición privilegiada se erige el edificio que lo alberga. A diez minutos del centro y con vistas al castillo. Por desgracia, no es lo que parece. Lo primero chocante, fue la estúpida maniobra, llevada a cabo por los responsables, de hacernos subir y bajar tres veces en fila para asignar las habitac…ulos, los habitáculos mejor, sí. En el primer piso, el olor nauseabundo del alcohol de fusel proveniente del ¿bar?, mezclado con el de la comida en proceso de serlo, y el de la vieja y calva moqueta ya debería espantar a la mayoría. Murales, no mal pintados pero para mí indeseados ¿engalanando? las paredes. Subimos un piso; hacia las habitaciones. De camino nos encontramos con un espécimen autóctono de tal microcosmos. Un híbrido entre Homo sapiens sapiens descalzus y Homo sapiens sapiens gallumbus. Procuré no cruzar con él la mirada como los naturalistas aconsejan. Al alcanzar nuestro destino otros olores destacaron de inmediato. Estábamos en otro microclima. Una fragancia a hongos podófilos atracó en nuestra mucosa nasal. Mientras, el más volátil olor a ácido sulfhídrico y metano, proveniente del país Letrinia, se hacía nuestro compañero de piso. Abrimos la puerta de la habitación. Doce camas en seis literas. No está tan mal si lo comparamos con la situación del pobre Alberto que hubo de dormir con treinta homínidos de diversas infrasubespecies. Las sábanas no estaban cambiadas para nosotros a pesar de que un chico valenciano muy majo, aclimatado al ambiente y que trabajaba allí, nos dijo que sí lo estaban. Malamente, pensé y dije yo, van a estar cambiadas si la almohada huele a pelambre y a baba fermentada. (Rectifico, lo de la baba no lo llegué a decir). Con el juego de sábanas cambiado, me propuse cerrar el casillero donde dejé la maleta y la mochila, pero aún con candado podía abrirse. Cuestión que se solucionó con un candado más grueso. Salimos a cenar, a un Burriquín (¡tócate los…lóbulos pulpejos), después de haber sopesado mucho dónde saciar nuestro apetito. Posteriormente, ya que a las once y media ya estaban casi todos los pubs cerrados, nos fuimos a uno francamente curioso y acogedor. Ultracongestionadamente decorado con objetos más o menos antiguos y con una tenue y cálida luz roja-anaranjada , en él pude disfrutar de un güisqui escocés entre buena compañía.

Nos fuimos al albergue de nuevo y los olores no se habían marchado a pesar de que ya era tarde. Antes de acostarme me fui a cambiar al baño y a lavarme los dientes, eso sí, aguantando la respiración y procurando levitar para no rozar el suelo. Mientras, el colchón vórtice me esperaba impaciente…

Me levanté a las 8:25 de la mañana. El día me recibió con dos Homo sapiens sapiens apudorosus hembras como dos evas del Edén. ¡Ole! ¡Sin vergüenzas que valgan!. Me salí, qué duda cabe, como caballero que soy. (Aunque está claro que no les importaba mucho sentirse observadas, como las palomas de ciudad). Por supuesto, no me duché. En cambio, me eché un poco de desodorante en las axilas para evitar la aparición del famoso perfume Eau du Sobac. Gracias a Dios funcionó. No estaba dispuesto a agarrar una enfermedad endémica debajo de aquellas poco fiables duchas. Sí, sí; ¡adelante! ¡Ríanse de mí! Pero ya han muerto muchos en esas circunstancias. Y antes de expirar todos dicen lo mismo: “Laaa…Laaa duu..cha ¡La ducha!”.

Desayunamos en un MacMierda. No me juzguen mal. Pero cuando vi en el desayuno (incluido en el precio del albergue) a un Homo sapiens sapiens cutreanxiosus metiendo la mano entera en el bote de mermelada para arañar los últimos nanogramos, decidí que incluso el MacMierda sería más seguro.

Yo ya tenía mi plan hecho. Y así lo llevé a cabo con un acompañante de última hora, mi amigo Alberto. Lo primero fue ir al Real Jardín Botánico, lugar que el director musical de la Catedral de Leeds, oriundo de la cuidad, me aconsejo por ser su favorito. La verdad es que no nos decepcionó. Si van algún día a Edimburgo dediquen, al menos, una horita en esto. Posteriormente, fuimos a reservar mesa a un restaurante que encontré recomendado en algún foro de Internet: The Witchery. Estaba al lado del castillo que íbamos a visitar previamente. Pero dada la cola que había para adquirir las entradas decidimos sacarlas pero no entrar en ese momento. Ya lo haríamos después de comer.

El yantar fue toda una experiencia para el gusto y el olfato. El ambiente absolutamente delicioso, la comida inmejorable. De primero, mejillones al vapor con lima y salsa ligera de coco; ¡alucinante!. Como segundo pedimos los dos lo mismo: haddock (un pescado) ahumado, con queso fundido ahumado en una cama de tomate y albahaca. Como guarnición unas patatas fritas que después de hacerlas crujir, prácticamente se deshacían en la boca entre suspiros de placer. Fue poesía para el paladar.

Con el estómago y el gusto satisfechos entramos al castillo donde nos informamos de la historia de la Piedra del Destino y de las Joyas de la Corona Escocesa. Allí también oteamos el museo militar, la capilla dedicada a los caídos y la exposición dedicada al Regimiento de Dragones. Nos hicimos fotos con los cañones y el paisaje que tanto se ofrecían a ellas. Y abandonamos el lugar, por entonces ya conquistado para el reino de nuestra sabiduría.

Segunda visita al Burriquín. El otro flanco expedicionario, nuestras queridas compañeras Blanca, Ana y Laura, que rehusaron nuestro plan de día, nos esperaban allí consumiendo, para mayor alegría del Rey de la Hamburguesa. Alberto tampoco pudo resistirse a la cremosidad de un helado. Detrás nuestro, un niñito le devolvía al Rey su hamburguesa…

Volvimos al recinto zoológico con objeto de que Alberto se pudiera cambiar de ropa. Cosa que se tomó su tiempo en completar. Blanca, que estaba empezando a desmayarse con aquel repugnante olor, cogió las de Villadiego y se evadió todo lo rápido que pudo hacia el, aunque gélido, reconfortante exterior. Yo la seguí apenas si había acabado de desaparecer de mi vista.

Una vez Alberto estuvo preparado, nos encaminamos a buscar un sitio para cenar. Pero esta vez debería ser algo más típico y tradicional. Así que nos decidimos, en primera instancia, por una de esas “tascas” con caras de hombres antiguos pintadas en carteles. Por desgracia no servían comida. Pero nos mandaron a otra donde si lo hacían. Y fuimos y cenamos y bebimos. Alberto pidió pollo con beicon y queso y yo me decidí por un corte de venado, ambos con guarnición. Yo que me había quedado tibio, me pedí además unas patatas fritas que me sirvieron con ensalada. Blanca esperó al postre. Para ella y para Alberto, tarta de limón. Para mí de queso. Buenas las dos. Y después, la adorada pinta entre conversaciones profundas en las que, como pocas veces me pasa, no entré, tan sumido como estaba en un trance de lucidez y mente despejada. Mi intelecto veía en aquel momento todas las soluciones a los problemas de modo tan cristalino como el agua destilada. Nos retiramos y Alberto se despidió de nosotros para irse de marcha. Fuimos Blanca y yo hasta el zoológico alberguil y por más que aquella noche fui picado para entrar en polémica, mi clarividente trance, quizás debido al cansancio, me ayudo a no gastar energía en debatir cosas cuyas soluciones aquella noche yo poseía.

Entré en el habitáculo, cogí mi elegante pijama a cuadros, y fui al baño a cambiarme. Posteriormente volví a Letrinia a lavarme los dientes. Estaba en ello y de repente, oigo:

- Come with me! (Voz masculina)

- No! Come youuu with me! (Voz femenina)

- No, come you! (Voz masculina)

- OK, I go with you…(Voz femenina)

Y se abre la puerta. Dos especímenes hispanoparlantes de Homo sapiens sapiens salidorrus en pleno ritual de apareamiento. Pero en cuanto me vieron, me tomaron por un depredador y huyeron. Pasaron treinta segundos y aparece el macho; me mira. Le miro. Yo se que quiere marcar el territorio y me explica, con las trabas propias del alcohol etílico, algo así como que yo había estorbado su acto reproductivo por estar lavándome los dientes. Gire la cabeza e, ignorándole, pensé para mí: “Marca, marca… que con el olor a orina reconcentrada que hay aquí de poco te va a servir” Se quedó aquel macho unos veinte segundos más, mirándome; ¿amenazándome?. Hasta que se dio cuenta de que no tenía posibilidades de convertirme en un macho sumiso. Está claro lo que dicen de los animales. Que nos temen más a nosotros que lo contrario. En cuanto a la hembra resultó ser una valenciana que dormía justo en la cama de encima, en mi litera…Estando ya en el duermevela, entran las H. sapiens sapiens apudorosus. Otra vez se quedan en media-porreta. Yo procuro no mirar y dormir.

Amanecí a las 8:30 del domingo 12. Me fui a cambiar al baño. Camiseta interior limpia, camisa limpia, sin ducha y con desodorante de nuevo. Segunda visita al MacMierda.

El propósito del día estaba claro. Ir a misa y luego de compras. Así que fuimos a la iglesia, pero el oficio no comenzaba hasta una hora más tarde. Propuse subir a Calton Hill, una colina desde donde se divisa todo Edimburgo. Una maravilla. Nos hicimos unas fotos con el paisaje, luego con unas columnas gigantes que recordaban a un templo griego o romano y posteriormente con un cañón allí en medio plantado. ¡Oh, sorpresa! La inscripción del mismo rezaba así: “DON FELIPE / REY DESPANA” “DON DIEGO DE / SILVA CONDE DE / PORTALEGRE”. Y luego, por ahí grabada, una fecha que no recuerdo con seguridad (1692¿?). ¡Toma del frasco, Carrasco!



Acto seguido a misa. Cabe resaltar que era una misa en recuerdo de los que murieron en las guerras en las que Escocia estuvo involucrada, así como que cantó un coro con una solista excepcional.

Salimos de misa y nos fuimos de compras, con bastantes prisas, todo hay que decirlo, porque nuestro autobús salía a las 2:30 de la tarde. Visitamos un par de sitios. Como ya les he contado, es una gozada ir a una tienda de recuerdos escoceses. Todo, excepto los maravillosos trajes de gala propios de allí, es aprovechable. Para las mujeres todo tipo de confortables chales y productos de lana. Para los hombres un paraíso de bufandas con diferentes motivos a cuadros , propios de cada clan escocés. Jerséis y chaquetas de un estilo bastante campero y muy abrigados, pero ciertamente excelentes. Abrigos encerados, galletas deliciosas y ¡cómo no!, güisquis. Yo terminé por ceder al consumismo y me hice con dos espesos jerséis por el precio de uno y una preciosa bufanda a cuadros rojos y verdes. Cuando estuvimos todos listos nos marchamos hacia el lugar de reunión donde el autobús nos recogió justo antes de irse sin nosotros. Alberto regresó en tren. Por último resaltar que en la parada de rigor, durante el viaje, estaba yo lavándome las manos en el servicio de caballeros y en esto aparece un nuevo ejemplar femenino de otra ultrasubespecie, Homo sapiens sapiens descaradus, y con toda la desfachatez que jamás se haya podido reunir, se pone a mirar qué taza está libre. Después de abierta la veda hubo más hembras que machos en el baño masculino. Un par de veces más me encontré con la valenciana salidorrus, que ya no pudo ser natural en mi presencia…Como debía ser.

Al regresar a Leeds y recapitular sobre la expedición al norte, pude observar tres conclusiones que yo, particularmente, aprecio. A saber:

- Edimburgo es una ciudad que, sin duda, merece la pena.

- Jamás volveré a contratar un viaje por su bajo precio.

- Ellerslie Hall, mi residencia, me parece ahora un paraíso después de haber tenido que malvivir dos noches en el “Caledonian Backpackers”