Apuntes sobre Inglaterra

Erasmus biologensis, subespecie englishiensis. Cuaderno de bitácora y anecdotario.

Nombre:

martes, octubre 31, 2006

Apuntes sobre el primer mes y medio. El viaje


Ya era 16 de Septiembre, el día que tanto temía y esperaba. Me levante con todo el equipaje excepto el neceser de droguería. Dos días antes había mandado hacia mi lugar de residencia cuatro cajas que en total sumarían unos cuarenta kilogramos. No obstante, portaba conmigo en el avión cuatro bultos y una mochila. ¿Qué cómo llevaba tantas cosas? No lo sé. El caso es que entre ropa, toallas, zapatos, droguería y la saca de esgrima se me formaron cuatro cajas y otras tantas maletas.

Mis padres y mi hermano me llevaron al aeropuerto donde mi tía y madrina esperaba para despedirse. Al llegar a pesar y facturar mi abundante impedimenta, el empleado de la British Airways, un joven muy amanerado y cordial, me hizo un gesto con el dedo para que acercara el oído y me dijo: ¿Qué eres? ¿Estudiante?-Y yo- Sí, ¿por?-Él- No, nada, verás…es que tu equipaje pesa bastante más del límite de facturación.- Yo me hago sueco-Ah, ¿Sí?-Él-Sí, hijo, sí. Pero no te preocupes (hace un aspaviento y deja la mano tonta). Yo he sido también estudiante en el extranjero y te comprendo. Por eso me voy a callar lo del peso.-Yo-¡Gracias!-Él-Pero que sepas que te has pasado un poquito con ello, ¿eh?.-Ya estaba yo imaginando lo que vendría después; aquel… “Ven, acompáñame al cuarto de las maletas” que nada tiene que ver con maletas. Y entonces dice.- A ver; VEN, ACOMPÁÑAME,-ya me temblaban las piernas-, que tenemos que llevar esta maleta por otra cinta más grande. Era mi saca de esgrima, y yo estaba salvado. No es bueno tener prejuicios, no. Hablamos durante un ratillo más aquel buen hombre, mi familia y yo; y después de darle las gracias por décimo octava vez, nos encaminamos a cambiar la moneda. Después acudí a la pequeña capilla de la T4 a encomendar mi viaje al Jefe y a darle gracias por tan gran oportunidad. El momento de la despedida era ya inminente. Todos nos hacíamos los fuertes, como compitiendo a ver quién aguantaba más sin mostrar síntomas de tristeza. Yo dije: “Son 9 meses…un suspiro. Cuando nos queramos dar cuenta estamos de nuevo aquí, pero para lo contrario”. Abracé a cada uno de ellos y comencé a caminar hacia la aduana. Sólo mire atrás una vez, mientras ponía mis objetos metálicos en una bandeja. Mi madre ya se había puesto las gafas de sol para encerrar las lágrimas. Les dije adiós con la mano una última vez y me marché.

La espera previa al vuelo fue tensa pero algo menos de lo que había estado imaginando los días anteriores. En el minibús que nos llevó al avión, recuerdo haber estado sentado al lado de una avispa que pretendía salir de él pero que no podía y se daba una vez y otra topetazos contra el cristal. Nos hicimos amigos. A mi alrededor una serie de Homo sapiens sapiens formaban un círculo de repulsión hacia mi enclaustrada amiga. Entonces, de repente, atisbé el avión. Un avión de juguete fue lo que me pareció. Desde la punta hasta la cola no debía medir más de 15 ó 16 metros. Y sentí que me faltaban las fuerzas. Me puse a rezar como un condenado a muerte y subí intentado sonreír a la azafata. Pasé todo el vuelo intentando dormir y tan concentrado estuve en dicha tarea que el tiempo se pasó, nunca mejor dicho, volando. Aterricé en Manchester. Esperé que salieran las maletas. Primer inconveniente. La ya famosa saca de esgrima no apareció. ¡Venga!, ¡Hala! A hacer una reclamación. ¡Y con mi nivel de inglés! Fue bastante desesperanzador. No me enteré ni del color del papel. Pero luego, a la hora de dejar aquel sitio, me di cuenta de que no era tan mala cosa. No hubiera podido llegar bien a Leeds con todo el equipaje; era demasiado. Tenía que coger el tren que salía del aeropuerto hacia aquí, luego un taxi, etc.…Y la compañía me lo llevaba gratis a casa. Y así lo recibí 5 días después. La verdad, fue un alivio. Y como no puede ser de otra manera, me pareció ver la mano de Dios en este asunto.
Así que, con dos maletas una bolsa grande repleta y una mochila, saqué un billete de tren para Leeds por unas 15 libras esterlinas y me subí al mismo. El viaje duró unos 50 minutos y fue muy agradable. La campiña inglesa es realmente bonita. Un tapiz verde oscuro salpicado de pequeños pueblos y casas bajas, cuyos ladrillos ennegrecidos dan un matiz de armonía natural realmente delicioso. Recuerdo en especial una escena encantadora. Pasábamos por una estación donde el tren no pararía pero ralentizaría la marcha. Había, justo detrás de ésta, una casa ricamente ornamentada con flores de color rojo y malva que colgaban de tiestos negros. En la calle dos mesas de madera exhibían pintas de cerveza como galones y, tanto de pie como en asiento, un grupo de personas sonrientes y joviales hacían de aquella humilde y distendida reunión lo que, seguro, fue una velada inolvidable.
Al llegar a la estación de Leeds y salir del tren, (no sin hacer malabarismos con las maletas), me embargó un sensación de excitación unida a soledad, y gratitud a Lo Alto por haberme dado un viaje sin problemas. Di unas cuantas vueltas hasta encontrar la salida y me dirigí a la parada de taxi. A pesar de que me había entrenado para ello al cruzar miré primero a mi lado izquierdo antes que al derecho. Había una pequeña cola para el transporte que se disolvió rápido. Llegó mi turno. Subí las maletas como pude (el conductor no movió un dedo) y le expresé mi deseo de ir a la dirección de mi residencia.
(El conductor era el típico hindú o pakistaní cincuentón con su “bufanda” a la cabeza, y se me perdone por la incultura de no conocer el nombre de tal cubrecráneos)

- Ai guld laic chu gou chu Lidon Terras (Lyddon Terrace).
- ¿Sór-rí?
- Sorri. Aim ispanis. Ai guld laic chu gou chu Li-don-Te-rras.
- Sór-rí, ái-rónt-án-dérs-tén-iú.
- Sorri. Laaaidonn Teeeras.
- Sór-rí. Ái-rónt-noú-dís-és-trhít. ¿uér-dú-llú-goú?
- Lles, is a residens coled Elersli-jol. In Lidon Terr…
- ¡Aooohhhh!!!, llú-mín-LÍN-DÓN-TÉ-RÉS.
(Supuse que eso era lo que estaba buscando)
- ¡Lleeesss!!!, itís. Zanquiu.

Y ahí lo dejé por no enredar más con los idiomas. Pagué unas 4’5 libras y me apeé con mis bultos de nuevo sin la ayuda del amable conductor. Pregunté por la residencia que tenía delante y, esta vez sí, un amable viandante, dejando por un momento a su acompañante y al ver mi penosa marcha, agarró la maleta más grande entre palabras para mí incomprensibles y la acercó los escasos 100 metros que nos separaban de una ventana con globos de bienvenida. En la puerta de entrada al edificio principal estaban los “subwarden”, les dije mi nombre y en seguida una de ellos se destacó para atenderme. ¡Ya estaba allí! Sin mi saca de esgrima, pero sano y salvo al final de aquel día. Nos dirigimos al anexo donde yo habría de ser alojado, pero esto ya es otro punto. ¡Por fin estaba allí!